sábado, 4 de abril de 2009

La noche antes de mi muerte

Hace tiempo que quiero contar una breve historia de dolor. Será tan breve como mi vida, pues no espero remediar esta soledad. Hay algo que me consume, me aniquila. Ataca mis ojos y se traga mi corazón. La mente se atormenta con mentiras de la vecindad.
Ayer era de noche cuando el sol se ponía y miraba a las cumbres con la soledad prendida del pecho. No vislumbré ni una mota de cariño: el afecto lo enterraron en la cima del Tártaro y los defectos del cielo se esconden en el infierno. Tengo la cabeza en el sinsabor de la desesperación y el dolor reluce en los ojos de la muerte.
La piedad en mi cama se hace hombre, brilla en la luz de la lumbre y despega de su suelo volando en su nube. No dejaba ver sus poros un atisbo de esperanza. Sus cruentos ojos atravesaban mi garganta… entonces me dije a mí misma que no volvería a suceder….
Fue una inocente carta, casi de excusa, la que me hizo soñar. Fueron unas palabras que me llegaron al corazón sin a penas tocarlas. Me contó que la flor mientras más tardía mejor, que nuestro amor era así, mas no lo creía. Se trataba de frases que conmovían el alma inaccesible y adolescente.
- Febril criatura- pensé- ¿Por qué no aceptas que no puede ser?
-¿De qué hablas?- me pregunté
-¿No sabes que ese amor está perdido?
-¿Para quién?
- Para nosotras- respondí.
Sumida en el dolor al borde de mi cama me senté; con desprecio miré al abismo.
-¡No lo hagas!
- Dame un buen motivo para no hacerlo porque no tengo solución.
-¿Qué harías sin mí?
-¿Vivir?
Ya inclinada introduje mi mano en la boca. Recorrí mi esófago. Tomé la desviación a la izquierda y lo encontré. Allí palpitaba rebosante de energía el silencio parlante del alma. No sé cómo, pero lo agarré entre mis dedos mientras él se estremecía. En su diástole se escabullía de mí, pero no lo conseguía. Tiré entonces de aquella válvula y sentí como subía por mi cuerpo una tempestad. Me incliné aún más en el borde de la cama y vomité. De pronto, un pez comenzó a nadar en ese lago sanguíneo que había salido de mi boca. Ahí, en ese cruento charco sorteaba los atisbos de la muerte mientras se retorcía sobre sí mismo. Lo miré por un momento sonriente.
Fue entonces cuando comprendí que sin corazón viviremos todos en eterna soledad. Pues el alma y la mente son sombras del subconsciente… aunque nunca comprenderé por qué fallecí aquella noche.

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